Desde que lo leí no ha parado de rebotar dentro de mi cabeza.
El artículo lo escribió en un periódico un catedrático de filosofía, Manuel Cruz, su título: “Ni la muerte es lo que era (Fundido en negro)”.
En resumen, después de una introducción en la que se muestran algunas de las señales que están escondiendo a la muerte en el extrarradio de las ciudades, como si fuera algo vergonzoso; y de mostrar que el absurdo antes asociado únicamente con ella, ahora es algo generalizado en todos los ámbitos; después de decir que incluso los ministros de la iglesia han dejado de poder hacerla comprensible a los creyentes, escribe su párrafo demoledor:
“Ahora bien, ¿y si todo lo anterior tuviera otra clave de lectura? ¿Y si el signo de tales fenómenos fuera sencillamente el inverso, esto es, que, lejos de constituir la idea de muerte una de las damnificadas por esa tendencia a la absurdización a la que nos hemos venido refiriendo, a lo que estuviésemos asistiendo fuera precisamente a su rotunda victoria? Con otras palabras: que fuera la muerte la que estuviera contaminando de absurdo todo lo real, devorando el mundo por dentro, vaciándolo del más mínimo sentido. (...)”
Y las palabras en negrita se han quedado ahí, y no se quieren ir, rebotan y rebotan. La imagen de un absurdo gusano devorando la realidad desde dentro, eliminando el sentido de todo, sigue ahí persistente. No se va. Dos días en mi cabeza. Se ha hecho fuerte la idea y no consigo desalojarla. No sé si durará mucho el sitio a la plaza. Pero ahí está. Ahí sigue, orgullosa. No quiere irse.Y se queda ahí porque esa idea, esa intuición que el doctor Cruz ha tenido, es poderosa y explica muchas cosas.
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