Tenía yo un profesor, socarrón y divertido, que decía una
cosa que aún recuerdo (supongo que, como con todos los profesores, no habría yo
seguido recordándolo con cariño si hubiera asistido un segundo año a sus clases
y hubiera escuchado otra vez los mismos chistes); decía él (decía yo), que lo
bueno de amar la literatura era que uno podía ser amigo de gente que llevaba
mucho tiempo muerta y considerarlos tus verdaderos contemporáneos. Tenía otro profesor,
este algo estirado y muy consciente de su imagen de intelectual universitario,
que decía también algo muy bonito que no he olvidado, que en la literatura se
había abolido el tiempo y que Borges hablando de la Divina Comedia consigue que
leamos de forma profundamente diferente la obra de Dante y que, por tanto,
alguien que ha vivido seiscientos años más tarde que el autor se convierte, de
alguna manera, en coautor de la obra, ya que al hablar de ella la transforma.
Hace una década hablaba yo mucho de estos temas porque
estaba descubriendo (digámoslo así) una manera de contemplar el mundo. No es que
ahora estas ideas no me parezcan hermosas, sino que (observadas en detalle) no
son exclusivas de la literatura, ni del arte, ni de las humanidades y se pueden
aplicar a toda la obra humana, esa maravillosa construcción, cambiante e inestable,
que es el conocimiento y que nos diferencia verdaderamente de los animales (y no
la inteligencia ni el uso de herramientas ni la empatía, meras cuestiones de grado).
Todo está relacionado de un modo u otro, el tiempo tiene su
importancia (es una evidencia que nos morimos y que nuestros hijos crecen) pero
tal vez sea menos importante de lo que pensamos. Tal vez, como para los tralfamadorinos
de Matadero 5 de Vonnegut, todo esté sucediendo constantemente sin descanso y se
trate de una cuestión de percepción.
También la memoria está sobrevalorada y,
al igual que le ocurre a Funes el memorioso, si nuestro recuerdo fuera
perfecto, estaríamos imposibilitados para la generalización y, en consecuencia,
para la vida. Es el sentimiento lo que importa, la sensación que tenemos cuando
pensamos en cierta época de nuestras vidas. El poso que ha quedado y que apenas
es una silueta evanescente.
Como el aura de presencia que envuelve el espacio en torno
al lugar del que acaba de teletransportarse el capitán Kirk.
Que ya están tardando los científicos en ocuparse de lo
importante.
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