jueves, marzo 22, 2018

Vida



Hoy he estado en un encuentro de la dirección de mi empresa. En primer lugar, una mujer con un cargo muy importante nos ha explicado la realidad desde su atalaya. Más tarde, el director de mi área, ha aterrizado esa realidad a su perspectiva. Por último, algunos compañeros nos han contado ciertos proyectos que inciden directamente en el día a día. Apasionante.

Esto no tiene ninguna importancia, claro. Las cosas concretas que dicen: tenemos que crecer en ingresos, hay que seguir apostando por los nuevos servicios. Todos dicen algo parecido y de forma similar. Todos han estudiado en los mismos colegios, en las mismas universidades, han leído los mismos libros. Todos los mensajes se reducen a uno solo, aplicable por igual a todas las empresas: tenemos que seguir creciendo a toda costa. Es vital para vosotros. Interiorizadlo, reflexionad sobre ello, si nosotros no lo hacemos, lo hará la competencia. A toda costa. 

La previsibilidad de estos encuentros es abrumadora. Antes me entretenía en ellos escribiendo cuentos. Ahora ya no. Los cuentos han dejado de interesarme. Tal vez la ficción haya dejado de interesarme. No lo tengo muy claro. No importa mucho.

Ahora pienso en otras cosas. Reflexiono sobre cómo la estrategia de una empresa fluye hacia abajo. Analizo algunos comportamientos. Veo el egoísmo que se filtra en los discursos de los directivos, veo que no hay nadie, nadie, (excepto cuatro idiotas) que prefiera estar aquí en lugar de en su casa con la familia, observo como el trabajo ha ido desencarnándose de tal manera que cada vez es más difícil explicarlo (prueben a contar a sus hijos pequeños cómo se ganan la vida, ¿lo entienden? fenomenal, todavía hacen ustedes algo de verdad), cómo la responsabilidad se ha diluido (nadie es responsable de nada, piensen en el coche autónomo que ha matado a un peatón: ¿de quién cojones es la culpa?, es imposible saberlo, no se pueden pedir explicaciones al algoritmo). 

Sueño con que llegue un día en que alguno de los ponentes salga y diga a voz en grito:

Sopla recio a mi espalda,

viento oscuro y tenaz del desarraigo,

confúndeme los pasos y sitúa mi norte

donde no halle el amparo de esta mansa morada.

[...]

Por ejemplo. 

O: ¿de verdad os pensáis importantes, ridículos fantoches? 

O que salga con una guitarra eléctrica, drogado hasta las cejas, y le prenda fuego en directo.

O que llame al Papa. 

Yo qué sé. Algo de vida. Algo de verdad.

2 comentarios:

Cal dijo...

Bravo, Xavie, ¡bravísimo!

(Vivo con tu misma inquietud y a veces me da auténtico pavor reincorporarme al mundo empresarial viendo lo que veo.)

Fleischman dijo...

Yo en ese tipo de reuniones siempre fantaseo en cagar sobre la mesa.