He bajado a fumar sin el teléfono móvil (algo que hago mucho
últimamente) y me ha dado tiempo a pensar un rato cosas sin importancia.
He visto a un compañero con un torso demasiado grande, un
hombre feo, medio calvo que, no obstante, se machaca en el gimnasio sin
advertir que, por mucho que siga levantando pesas, seguirá siendo feo y teniendo
el aspecto de alguien salido de la entraña del país, con las manos callosas y
agrietadas de un aparcero. Signo de los tiempos: nos dicen que puedes ser quien
desees. Y no.
Se ha cruzado con otro hombre, este alto y blando, pero con
la piel, los dientes y el pelo de los pertenecientes a buenas familias, con un
corte de cabello horrible y unos zapatos amorfos y cómodos (unos zapatos que odio
especialmente), al que alguna vez he oído comentar lugares comunes con una voz
cultivada. Con la falta justa de originalidad que es necesaria hoy en día para
no llamar demasiado la atención y hacer carrera laboral.
He llegado a la calle y he venido a recordar una lista de
libros que recomendé hace años, cuando tenía la librería y los vendía (El día del Watusi, de Casavella; Crematorio, de Chirbes; Dog Soldiers, de Robert Stone; Sangre de mi sangre, de Alistair McLeod;
Perro come perro, de Ed Bunker; Hombres salmonela en el planeta porno,
de Tsutsui, y algunos más) porque tras leer una
entrevista de Antonio Muñoz Molina, he recordado que fue de los pocos que
siempre defendió a Chirbes, a pesar de que su realismo no encajaba demasiado
bien en la supuesta vanguardia formal de muchos de los autores de su época.
He pensado en el paso del tiempo, en cómo el sexo va
perdiendo sus capas externas incandescentes y comienza a irradiar calidez desde
el interior, como si fuera una esfera radiactiva con un isótopo en su interior
que, a medida que vas cumpliendo años, perdiera su inquietud y se calmara.
Fugazmente, una idea recurrente ha vuelto a mi cabeza: aquellos
que, como yo, llevan décadas leyendo todo lo que cae en sus manos (sea en el
formato que sea), tenemos un problema con los teléfonos, con internet, con las
redes sociales. Nuestro apetito nos lleva a leer cosas estúpidas, innecesarias,
que solo ocupan el tiempo sin dejar poso alguno. Y lo mismo ocurre con lo
audiovisual: casi todo es solo material de relleno.
He pensado después en la rutinaria felicidad de la familia,
en la facilidad con la que la consideramos normal, cuando nada hay más anormal que
eso.
Y luego he vuelto a trabajar.
3 comentarios:
Te prodigas tan poco escribiendo, que, cada vez que veo un post tuyo en el lector de feeds, es el primero que leo. Lo hago porque sé que es garantía de no estar ante algo de relleno. Nunca me equivoco en este sentido.
¡Es que escribes tan bien, coño!
En serio. El qué y el cómo (y espero que no suene a lugar común).
Fíjate qué maravilla, prescindir un rato del móvil y dejarle espacio a otras cosas.
Abrazos cariñosos.
Gracias por los comentarios. Aunque son solo apuntes a vuelapluma sin más importancia. Pero gracias de nuevo.
Abrazotes.
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