martes, febrero 13, 2018

Neblina



He bajado a fumar sin el teléfono móvil (algo que hago mucho últimamente) y me ha dado tiempo a pensar un rato cosas sin importancia. 

He visto a un compañero con un torso demasiado grande, un hombre feo, medio calvo que, no obstante, se machaca en el gimnasio sin advertir que, por mucho que siga levantando pesas, seguirá siendo feo y teniendo el aspecto de alguien salido de la entraña del país, con las manos callosas y agrietadas de un aparcero. Signo de los tiempos: nos dicen que puedes ser quien desees. Y no. 

Se ha cruzado con otro hombre, este alto y blando, pero con la piel, los dientes y el pelo de los pertenecientes a buenas familias, con un corte de cabello horrible y unos zapatos amorfos y cómodos (unos zapatos que odio especialmente), al que alguna vez he oído comentar lugares comunes con una voz cultivada. Con la falta justa de originalidad que es necesaria hoy en día para no llamar demasiado la atención y hacer carrera laboral.

He llegado a la calle y he venido a recordar una lista de libros que recomendé hace años, cuando tenía la librería y los vendía (El día del Watusi, de Casavella; Crematorio, de Chirbes; Dog Soldiers, de Robert Stone; Sangre de mi sangre, de Alistair McLeod; Perro come perro, de Ed Bunker; Hombres salmonela en el planeta porno, de Tsutsui, y algunos más) porque tras leer una entrevista de Antonio Muñoz Molina, he recordado que fue de los pocos que siempre defendió a Chirbes, a pesar de que su realismo no encajaba demasiado bien en la supuesta vanguardia formal de muchos de los autores de su época. 

He pensado en el paso del tiempo, en cómo el sexo va perdiendo sus capas externas incandescentes y comienza a irradiar calidez desde el interior, como si fuera una esfera radiactiva con un isótopo en su interior que, a medida que vas cumpliendo años, perdiera su inquietud y se calmara. 

Fugazmente, una idea recurrente ha vuelto a mi cabeza: aquellos que, como yo, llevan décadas leyendo todo lo que cae en sus manos (sea en el formato que sea), tenemos un problema con los teléfonos, con internet, con las redes sociales. Nuestro apetito nos lleva a leer cosas estúpidas, innecesarias, que solo ocupan el tiempo sin dejar poso alguno. Y lo mismo ocurre con lo audiovisual: casi todo es solo material de relleno. 

He pensado después en la rutinaria felicidad de la familia, en la facilidad con la que la consideramos normal, cuando nada hay más anormal que eso. 

Y luego he vuelto a trabajar.

3 comentarios:

Calamidad dijo...

Te prodigas tan poco escribiendo, que, cada vez que veo un post tuyo en el lector de feeds, es el primero que leo. Lo hago porque sé que es garantía de no estar ante algo de relleno. Nunca me equivoco en este sentido.

Portarosa dijo...

¡Es que escribes tan bien, coño!
En serio. El qué y el cómo (y espero que no suene a lugar común).

Fíjate qué maravilla, prescindir un rato del móvil y dejarle espacio a otras cosas.

Abrazos cariñosos.

Xavie dijo...

Gracias por los comentarios. Aunque son solo apuntes a vuelapluma sin más importancia. Pero gracias de nuevo.

Abrazotes.