jueves, junio 01, 2017

Escala



Ayer, mientras fumaba y miraba por la ventana observando el paisanaje (y recordaba cómo mi amigo Pablo solía hacerlo durante horas en su barrio cuando era joven porque, gracias a su trabajo de intérprete, le bastaban cuatro jornadas de trabajo para vivir cómodamente todo el mes) sonó una escala en la escuela de canto que está enfrente de mi casa (cantera de cantantes de musicales, sobre todo) y, casi de forma simultánea, un hombre maduro y bien vestido que iba acompañado de la que parecía su mujer, hizo cantando la misma escala, de forma perfecta y con una voz de tenor preciosa (la, la, laaa, laaaaa) y sin decir nada, siguió caminado junto a su pareja (que ni siquiera puso cara de sorpresa), como si lo que acababa de hacer fuera lo más normal del mundo. 

Yo me sorprendí, claro, y pensé (sin poder evitarlo) que para vivir en el centro de una gran ciudad como Madrid hay que lidiar con muchas incomodidades (el olor a orines, el ruido, los vecinos incívicos, los coches inundándolo todo, los turistas, los borrachos), pero que, en ningún otro sitio puedes asistir a una escena como esa. Si miro por la ventana siempre hay gente nueva pasando frente a casa (a diferencia de las urbanizaciones donde los desconocidos provocan inquietud) y si uno está el tiempo suficiente sin hacer nada, solo observando, puede ver escenas en las que casi nadie repara porque todo el mundo está demasiado ocupado con su puto teléfono móvil. 

Se lo comenté a mi mujer, que lo primero que me dijo es que eso solo era posible en el centro (¿entienden por qué es mi mujer?) y luego me contó que una pareja de vecinos de unas amigas íntimas, que viven a cien metros, eran cantantes de ópera y que seguramente serían ellos. Por supuesto. Cómo, si no, se explica la falta de sorpresa de la mujer ante el arranque irrefrenable de su marido, sin darle importancia, como si cantar de esa forma fuera algo tan común como escuchar mala música saliendo de los coches. 

Y pensé, bueno, espero que mis hijos sepan mirar cuando sean mayores, espero que no se pierdan la inmensa cantidad de historias, de conflictos, de trágicas nimiedades y leves alegrías que constituyen la amalgama de nuestra especie. Porque, entre otras muchas cosas, también estamos hechos de historias. 

Y luego vi un rato la televisión.

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