lunes, noviembre 12, 2012

Paranoia

Una mujer se tira por la ventana por no poder pagar el piso y, de repente, yo estoy viéndola caer. La mujer se ha tirado desde un sexto y en su caída parecía seguir pensando en cómo reunir el dinero para la cuota, como si le resultara imposible pensar en otra cosa.

La estela que dejan los aviones privados en el cielo es recta, blanca y perfecta pero, poco a poco, se deshilacha y se va haciendo esponjosa, como si hasta ellos tuvieran su corazoncito.

Durante los fines de semana del verano, los ricos miran desde lejos a los bañistas en sus yates, con sus inyecciones de bótox y sus tragedias familiares pendientes de la siguiente herencia. Su corazoncito bombea con el ritmo del mundo. Ellos también tienen preocupaciones. Pobres pequeñines.

Mañana arderá a lo bonzo frente a un ministerio alguien con pantalones de tergal y un jersey de punto y zapatos gastados. Será alguien que lucirá un corte de pelo convencional y que tendrá vello en las orejas, un poco demasiado crecidas por la edad y algún capilar roto en la nariz, porque últimamente bebía de más por problemas económicos. Los vecinos aparecerán en la televisión diciendo que no sabían que iban a ejecutar un desahucio y que cómo iban a saber ellos y tal.

Mañana puede ser pasado mañana, claro.

Creo que hace mucho tiempo un alemán dijo eso de que el sistema capitalista había inventado el crédito para asegurarse la mansedumbre de los trabajadores en las fábricas, encadenados como estaban al pago de las cuotas. También dijo que uno de los grandes motores de la historia era la economía. Yo no digo nada, eh, nada de nada. Solo faltaría.

Yo creo que todo es una gigantesca trama, que todos compartimos las mismas visiones porque el gobierno (un único gobierno mundial que rige nuestros destinos desde las Cruzadas) ha inventado un mecanismo para inyectarnos sueños y estados de ánimo, diría Philip K. Dick, mientras juguetea nervioso con un bolígrafo y mira con disimulo a una esquina particular de la habitación.

Yo creo en la hibridación sexual con las máquinas, diría J. G. Ballard. Tal vez, quién sabe.

Yo ya no sé qué creer. Solo creo que estoy paranoico.

1 comentario:

Sue dijo...

En efecto, todo es una gigantesca trama y no para amarla más que el desenlace, como diría Drexler, sino para hundirnos en el barro.
Pero podemos coger las azucenas de Lorca, aún, los que quedamos vivos.

Ánimo.