jueves, octubre 06, 2011

Croacia

«Eres el extranjero que llega a una ciudad desconocida por completo. Ignora su lengua, el trazado de sus calles. No tiene allí ni amigos ni interlocutores. Se aloja en un hotel cuya tarjeta guarda en el bolsillo porque ni siquiera sabría decir la dirección en caso de perderse. Tumbado en la cama, con la mirada fija en el techo, oye voces infantiles a través de la ventana. No entiende ni una palabra. De pronto es consciente de su extranjería absoluta: no conoce a nadie, no tiene raíz alguna. El futuro se extingue en la puerta de la habitación y el pasado agoniza junto a las luces del crepúsculo que colorean una fea reproducción que cuelga en la pared. El pánico roza su alma. Está a punto de ser tragado por el remolino. De pronto, no obstante, se invierte el curso de los acontecimientos y el remolino lo expulsa hacia fuera. Experimenta un enorme alivio: bajará al vestíbulo, saldrá a la noche de la ciudad. ¿Hay en el mundo alguien más libre que él?»

Visión desde el fondo del mar. Rafael Argullol.



Creo recordar que fue Wallace Stevens el que dijo que es imposible citar palabras que no sean las propias o algo así.


Una habitación fea desde la que contemplas la esquina de una calle con un nombre impronunciable, que además ni siquiera eres capaz de escribir, en una ciudad —Perûsić, Gospić, alguna de las ciudades del interior de Croacia, por ejemplo—, de la que no sabes apenas nada. Dejas el coche en un lugar que más tarde no consigues encontrar y das la vuelta a la muralla de la ciudad un par de veces hasta que consigues ubicar el lugar en el que lo has dejado. Buscas un alojamiento en una ciudad sin hoteles, preguntando en inglés a jóvenes amables por una habitación y acabas llegando a un hostal en la segunda planta de una plaza peatonal en la que no se puede aparcar y te haces entender mediante gestos por una vieja de mirada codiciosa. Piensas que tal vez su avaricia venga de una época de necesidad, como un reflejo, como lo que sucedía con nuestros abuelos que siempre insistían en ofrecer comida —¿quieres un yogur?, ¿te frío un huevo?— y recuerdas los tiempos duros que vivió el país no hace tanto. Hace nada, en realidad. Es todo eso, sí. Dejas la habitación y sientes esa libertad salvaje de la que habla Argullol, esa absoluta falta de raíces que te hace pensar que serías capaz de ser otra persona porque, a fin de cuentas, somos, en gran parte —aunque no nos guste pensarlo— lo que hacemos, somos los lugares que habitamos, las personas que saludamos a diario, el café con dos de azúcar —americano, por favor— que tomamos en el bar donde se reúnen todos los gitanos del barrio madrileño donde vivimos, eso y poco más, el despertador sonando a las seis de la mañana para ir a hacer algo que no queremos hacer y que pensamos que no es importante, que no es nosotros, cuando lo es mucho más de lo que nos gustaría. Y ahora estamos aquí en una ciudad croata y nadie nos espera y no conocemos a nadie y no nos importa y al sentarnos en la terraza de una cafetería en los alrededores de una muralla —romana, como todas las de la zona, zona antigua en la que muchos pueblos aún conservan el nombre de vía augusta para sus calles principales— y pedir una cerveza sientes que —casi— podrías quedarte aquí para siempre y aprender croata y montar una academia de inglés o de informática y dedicar las tardes a escribir o a pasear o a navegar o a pescar, a cualquier cosa, piensas por un momento que serías capaz de todo.

En fin, creo recordar que fue Wallace Stevens el que dijo que es imposible citar palabras que no sean las propias o algo así.

3 comentarios:

Divina nena dijo...

Somos lo qué hacemos,los lugares qué habitamos...nos guste o no. Por Un momento he sido una turista relajada en Croacia, así qué, gracias, porque también somos lo qué leemos.

Portarosa dijo...

Magnífico texto, once again.

algo que no queremos hacer y que pensamos que no es importante, que no es nosotros, cuando lo es mucho más de lo que nos gustaría

Eso duele ;)

Un abrazo.

NáN dijo...

Sí se puede; lo has hecho llevándolo un poco más lejos. Que en eso ha consistido siempre la literatura. En apropiaciones debidas y debidamente expandidas.

Así que, aunque sabes que no soy de su cuerda, ¡viva Agustín F.M y muera la bruja piruja, viuda de Borges!

Y viva tú, que te ha salido una historia chévere.