«Cuando sopla el siroco, la piel humana transpira y los pómulos relucen en las caras bañadas de sudor opaco, por las que un vello oscuro disemina una sombra sucia y mórbida en torno a los ojos, los labios y las orejas. Incluso las voces suenan pastosas e indolentes, y las palabras adquieren un sentido distinto al habitual, un significado misterioso, como si pertenecieran a una lengua prohibida. La gente camina en silencio, como oprimida por una secreta angustia, y los niños pasan largas horas sentados en el suelo, sin hablar, mordisqueando cortezas de pan o piezas de fruta cubiertas de moscas, o contemplando las paredes resquebrajadas donde aparecen esas inmóviles lagartijas que el moho cincela en el revoque viejo. En los antepechos de las ventanas arden claveles humeantes colocados en jarrones de arcilla, y una voz de mujer surte ora aquí ora allá, cantando; su canto vuela lento de ventana en ventana, y se posa en los antepechos como un pájaro exhausto.»
La piel. Curzio Malaparte.
Ahí es nada.
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