domingo, enero 09, 2011

Domingo

Llueve y después de haber leído Mazurca para dos muertos de Cela

(Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.

-¿Muchas horas?.
-No, muchos años.)

o Cien años de soledad de García Márquez

(Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado.)

tal vez no haya mucho que decir, o tal vez decirlo sea una especie de obligación. No lo sé. Llueve y el agua repica en un empedrado nuevo con el que el ayuntamiento se esfuerza en cubrir el asfalto que en otro tiempo fue signo de modernidad y que ahora es solo símbolo de destrozo y rapiña y los fumadores ven el humo en las puertas de los bares dispersarse con prisas y los coches pasan levantando un pequeño reguero de gotas y sigue lloviendo. Llueve en domingo, con la resaca de las fiestas ya curada pero allá en el fondo (en nuestro fondo), llueve y leo y miro a la gente pasar tras un gran cristal y quizá no haya otro lugar mejor para estar en este momento. Llueve y suena una canción algo melancólica.

Y el agua es solo agua. Ni que fuera ácido.

3 comentarios:

Portarosa dijo...

Olé.

NáN dijo...

Cela sería un cabroncete, pero usaba la lengua como dios.

Portarosa dijo...

Es una pena, lo de Cela. Con lo bien que escribía...