jueves, agosto 26, 2010
Escena
Después de abrir la puerta contempló los huecos de los muebles y los miró mucho tiempo, los rectángulos de bordes oscuros que el humo del tabaco había ido creando en torno a los cuadros, evidentes ahora que habían desaparecido, las pelusas que se movían lentas, como medusas en busca de una presa, el hueco más claro de la tarima en la zona del sofá. El plano general del hombre, con mirada apesadumbrada mientras suena una banda sonora melancólica y profunda, cambia entonces a un primer plano de su cara. La mirada muestra tristeza y a la vez resolución al mirar a su casa medio vacía. El hombre no llora aunque parezca a punto de hacerlo, se controla, no quiere, a pesar de que no haya nadie para verlo, dejarse llevar por la tristeza, quizá piense que eso no sería viril. Tal vez un ligero suspiro, como si se le escapara y más tarde un estirarse, un poner la espalda recta, como diciéndose ahora, con resolución. Y todo moviéndose con la lentitud propia de los ambientes densos, más densos que el aire, como si hubieran aparecido branquias en su cuello y toda su vida se desarrollara ahora bajo el agua. Su vida lenta y pesarosa, pesada y densa, cargada a la espalda. Un hombre de mediana edad mirando los huecos de los cuadros que ya no están en su casa, mirando las pelusas lentas y etéreas, observando el rayo de luz que entra desde la calle, las motas de polvo, el dibujo geométrico del parqué, la pintura blanca algo sucia por el paso del tiempo, el color ocre de los radiadores, los tres cojines tirados en el suelo de cualquier manera.
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2 comentarios:
Lo peor... los cojines.
Dice Freud que lo siniestro está compuesto por objetos cotidianos que pierden su función para tomar una posición diferente. Bueno, más o menos; pero qué razón el buen hombre.
La sensillez de tu prosa muestra profundidades limpias de paja; con tu permiso te seguiré leyendo
Bienvenida Elena,
Y gracias por el comentario. Considere esta su casa y vuelva cuando quiera,
Un saludo,
J.
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