El hombre maduro reflexiona últimamente sobre ciencia, sobre novela, sobre corpúsculos de dimensión uno que se agitan incansables en torno a un núcleo, sobre hombres afectados de cáncer que deciden cambiar algo en su vida, aunque lo hagan tarde, sobre mujeres elegantes que caminan sobre tacones y se ven enfrentadas a dilemas morales, sobre el tiempo que pasa y que nos amortaja poco a poco con un sudario invisible, que marca nuestras arrugas y blanquea nuestro pelo, sobre la agitación del mundo (el mundo de las supercuerdas).
El mundo se está conviertiendo para él poco a poco en un lugar aún más incomprensible. Le consta. El estudio es inútil y solo le muestra lo insondable de su tarea, la infinita profundidad de la sima en la que flota, buceando a 35 metros, mientras observa la pared cubierta de corales desvanecerse allá abajo, más alla de los cien metros de visibilidad con los que se cuenta en el mar Caribe. Un esfuerzo inútil y, precisamente, por eso, el único que merece la pena hacer.
El hombre maduro recuerda el poema de Cavafis (Ítaca y el camino y la vida) que se ha convertido en un lugar común, en un poema citado por los artículos de psicología de los suplementos dominicales, sé agua, amigo mío, tal y como decía Bruce Lee. Y también recuerda un personaje de una novela de Eduardo Lago que escribía versos en un papel de fumar que utilizaba inmediatamente para liar un cigarrillo y que, tras fumárselo, decía: la gracia está en escribirlos. Y a Pessoa en una habitación lisboeta soñando que viaja, soñando que algún día se atreverá a dejar su rutina de café y licor y marchará como Gauguin a los mares del Sur. A tantos y tantos otros. Y hace esto. Dejar por escrito impresiones, palabras, juegos brillantes como pescado recién sacado del mar, como mares al atardecer, como las gruesas y bruñidas tarimas de roble de los pisos burgueses, como fotones, como gravitones (esa entelequia) fluyendo de un cuerpo a otro a través de las líneas de campo. Como medusas a punto de morir, a punto de perder el agua que necesitan para seguir existiendo, como fuegos artificiales. Cosas sin sustancia, juegos florales.
Y entonces advierte que otra vez, a pesar de aborrecerlo, ha escrito un texto metaliterario. Y entonces dice mierda, otra vez.
3 comentarios:
y a mi me gusta que vuelva a hacerlo, una y otra vez.
beso
Me gusta mucho cuando haces esto. Mucho.
(Coño, de verificación me ha salido PROPA: la unión de la proa y la popa nunca vista...)
Gracias a los dos. Sé que os gusta pero es que vosotros sois incondicionales. :-)
Besos y abrazos,
X.
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