jueves, noviembre 26, 2009

Literatura

Sabido es que la publicación de la segunda parte del Quijote en 1615 se debió a la aparición de una obra de la que aún hoy desconocemos el autor: El Quijote de Avellaneda. Cervantes, suponemos que furioso por lo que él consideraba una apropiación indebida de su personaje y por el uso que el tal Avellaneda había hecho de él, se puso a escribir —con el mérito añadido de hacerlo con una sola mano— la segunda parte de las aventuras de Alonso Quijano, o Quesada, con su fiel escudero, Sancho Panza, o Sancho Zancas, que de esas maneras se designa a ambos personajes en la obra.
El tal Avellaneda consiguió así pasar a la posteridad con una carambola del destino y logró —suponemos que de forma involuntaria—que cientos de estudiosos se devanaran los sesos en los siguientes cuatrocientos años intentando dar con su identidad.
La teoría más famosa —en filología casi todo son teorías— es la defendida por Martín de Riquer. Según el estudioso, existen varios indicios —tics de escritura, incorrecciones y torpezas de estilo, repetidas alusiones al rosario, esas cosas de filólogos— que indican que el autor de la obra fue un tal Jerónimo de Pasamonte, soldado y escritor que fue contemporáneo de Cervantes y que combatió en Lepanto, como él. De hecho, este soldado pudo inspirar al personaje Ginés de Pasamonte, el galeote que apalea al Quijote cuando este hace el único acto verdaderamente heroico de todo el libro, liberar la cadena de presos que se cruza en su camino.
Otra teoría, no conforme con que un soldado del siglo XVII pudiera haber escrito una obra de estilo tan depurado, apunta a Lope de Vega y su entorno. Se cree que el Fénix fue el autor del prólogo del Quijote falso , que un amigo suyo, Pedro Liñán de Riaza, la comenzó y que fue terminada por el propio Lope y otro colega, Baltasar Elisio de Medinilla.
Hay más teorías, pero, dado el espacio del que dispongo, me ceñiré a estas dos. Y puestos a aceptar una u otra, prefiero la primera, claro está.
En la primera teoría una persona con existencia real y documentada, que tal vez conoció a Cervantes, aparece como personaje en una obra suya y quizá despechado por considerar que su retrato de rufián no correspondía con su persona, se sentó a escribir una segunda parte con la intención de menoscabar la dignidad del personaje principal de la novela en la que él aparecía como personaje. Y al escribir sobre un personaje que no era suyo, entendemos que como una suerte de venganza por su retrato en la obra, consiguió realmente que ese personaje, don Quijote, despertara de nuevo en las páginas de otro autor —el verdadero— con ganas de salir por España a hacer el idiota, vestido con las armas de sus abuelos
A mí, claro, esto me parece fascinante. Las conexiones que se establecen entre realidad y ficción, entre supuestos personajes con existencia real y supuestos personajes con existencia ficticia hablan muy bien de lo que significa la literatura. Tal vez Pasamonte existiera alguna vez y escuchara los sonidos de los cañones de los barcos turcos, temiera por su vida y atravesara el pecho de algún infiel. No lo niego. Pero casi cuatrocientos años después que se escribieran esas palabras, la existencia de Jerónimo de Pasamonte, se me antoja más brumosa aún que la del propio Quijote. Ambos quedaron para siempre ligados a las palabras de Cervantes en su primera parte de la novela y ambos, desde entonces, han corrido un destino parecido.
Gracias a la existencia de la novela —ya que ningún estudioso se hubiera dedicado a rastrear la vida de un anónimo soldado español de la época de no haber tenido relación con el Quijote—, Pasamonte ha pasado a la historia. Gracias a la novela, un personaje sinvergüenza y ladrón se ha encarnado en una figura histórica, en alguien que tuvo existencia real. Esta es la primera parte del viaje.
Pero tal vez si ese alguien no se hubiera sentido despechado por el retrato que se hacía de él en esa misma novela, no se hubiera puesto a escribir su libro propio ni hubiera hecho que Cervantes tuviera que escribir la segunda parte de un libro por el que, según parece, no sentía demasiado aprecio. Esta es la segunda parte.
Si imaginamos dos legajos en papel viejo acumulando polvo en un antiguo archivo olvidado y que uno de ellos es el original del primer Quijote y el otro un conjunto de documentos que hablan de la vida de un anónimo soldado de Lepanto que se llamaba Jerónimo de Pasamonte, casi podemos ver al personaje, o la persona ir de un legajo a otro.
Y ambos, tanto tiempo después de los que huesos de Pasamonte se hayan confundido con la tierra, son reales. O ambos, el Pasamonte rufián y el soldado despechado, son ficción. Elijan ustedes. Es lo bueno de la literatura.

3 comentarios:

Divina nena dijo...

Es lo bueno. La mezcla de ficciones miles con un poquito de reaidad, o viceversa, pero ambas parecen necesitarse al menos en una mínima parte. Tal cual ocurre en la vida diaria.

Por cierto una entrada muy didáctica, me gusta, se hace ameno este rincón.
Baci Sr.X

Portarosa dijo...

A buenas horas lo leo...
Pero me ha gustado, X., me parece muy interesante.

Un abrazo.

La independiente dijo...

Vamos por partes, Porto.
Mi primer comentario a su ristra de comentarios (ya he visto que ha ido leyendo y comentando los posts uno por uno :-): Gracias.

¿Simple, eh?

Un abrazo,
X.