miércoles, octubre 14, 2009

Centro

Yo sé quién soy, respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.
Miguel de Cervantes, Don Quijote, I, Cap V.

Hallelujah
Rodrigo Fresán en Vidas de Santos citando a Jeff Buckley que, a su vez, versiona a Leonard Cohen


Te montaste en el metro en La Latina y un día después estabas en una playa italiana, en un pueblo medieval en el que los bajos de las casas del XVI estaban cubiertos de algas verdes. Seguiste moviéndote, acumulando paisajes y canciones en la cabeza en aquella zona del Mediterráneo. Tomaste algunas notas y, como un vector, como alguien consciente de la dirección que debe llevar, te encaminaste hacia delante, hacia abajo, hacia el párrafo siguiente.

Aquí. Ahora sucede. El momento de la separación, justo aquí. Aquí hay que fijar la mira telescópica de este cuento. Este es el centro exacto sobre el que confluyen todas las líneas. El baricentro y el ortocentro de esta página, el lugar sobre el que podría arrugarse este cuento de forma simétrica, el vértice del cucurucho que podríamos construir con él, o si se prefiere, su sumidero, su cráter. Es aquí. Fíjense. Alguien dice: «Adiós, mi amor. Han sido unos días maravillosos, nunca los olvidaré. A ver si puedo ir a verte pronto». Y alguien contesta: «Adiós, mi amor. Es cierto que han sido unos días maravillosos, pero yo no diría que no he de olvidarlos. La memoria funciona de manera rara, ¿no te parece? Me gustaría mucho que esto no se acabara, que pudiéramos darnos una prórroga, aunque fuera de un solo día». Y alguien dice: «Ya no somos niños. Sabes que no puede ser». Y alguien contesta: «Sí, es cierto. Así son las cosas». Entonces el tiempo hace zuuuum y se concentra en un único punto (ortocentro, baricentro, sumidero y cráter) y todo, absolutamente todo, cambia para siempre, cambia la superficie, cambia la distancia y también cambian el antes y el después, para siempre. Todo. Está escrito. En este momento, en este ahora no hay pasado ni hay futuro. En este ahora lo que hay es tristeza convirtiéndose en nostalgia a la velocidad de la luz. En este ahora lo que queda es una huella, un recuerdo, la vibración del aire alrededor del objeto que acaba de partir a toda velocidad. Nada más.

Tomaste algunas notas y, como un vector, como alguien consciente de la dirección que debe llevar, te encaminaste hacia atrás, hacia arriba, hacia el párrafo anterior. Habías seguido moviéndote, acumulando paisajes y canciones en la cabeza en aquella zona del Mediterráneo. Te habías montado en el subte en Corrientes y una semana después estabas en una playa italiana, en un pueblo medieval en el que los bajos de las casas del XVI estaban cubiertos de algas verdes.

4 comentarios:

María a rayas dijo...

¿había leído antes este texto? (lo he sabido desde la cita de Fresán citando a Jeff Buckley que versiona a Leonard Cohen que tampoco inventó la susodicha palabra...)

Pero del texto no me acordaba.

Y ahora se me ha metido dentro (supongo que es fácil, siempre me persigue esa sensación de acostarse en una ciudad y levantarse en otra, de las despedidas y las nostalgias, de las malditas ciudades italianas)

así que creo que recordaré el texto la próxima vez...

La independiente dijo...

Hola María,
Sí, lo leí en el taller pero en una versión más larga. Creo que así queda mejor.

Un beso y gracias,
X.

Portarosa dijo...

Me ha gustado mucho. Sobre todo el párrafo central, que me ha impresionado.

Un abrazo.

La independiente dijo...

Gracias, Porto.
El párrafo central es mi homenaje particular a Fresán, que escribe con una tensión que me gusta mucho.

Un abrazo,
X.