miércoles, octubre 28, 2009

Madrid VI

Salí a dar una vuelta por el barrio, viendo los negocios de los chinos, las tiendas de ropa de segunda mano, los laboratorios de impresión fotográfica, los carteles de colores chillones, la pequeña relojería, medio escondida entre dos negocios mayores, en la que puede cambiarse la pila de cualquier reloj fabricado por el hombre, y bajé hacia la plaza, cuesta abajo, prestando atención también a Casa Nieva, restaurante de comida casera y ganador anual de todos y cada uno de los concursos convocados por el ayuntamiento en las fiestas, y entonces, por uno de esos extraños viajes a los que nos tiene acostumbrado el pensamiento, por una de esas conexiones aparentemente azarosas que ponen en marcha el mecanismo del recuerdo, que ponen en funcionamiento un circuito cerebral en concreto y no otro, comencé a recordar un tiempo en el que estaba solo, un tiempo que había casi desaparecido de mi cabeza, los tres primeros meses en los que estuve viviendo en una ciudad en la que no conocía a nadie excepto a mi ex novia, a mi ex novia y a su nuevo novio, claro, y el caso es que no sé por qué, ni tampoco creo que nadie pueda saberlo nunca, recordé la sensación de soledad y abandono que sufría a diario aquellos meses cuando me levantaba en mi pequeña habitación alquilada cerca de un horno de pan, en un barrio bastante retirado de la universidad, la pequeña habitación con una mesa construida con dos caballetes y una tabla, donde mi flamante 386 relucía, un poco arcaico ya, aunque él no lo supiera, con su color crema, su color de equipamiento de oficina, en aquella habitación demasiado pequeña, hecha de mala manera con unos paneles de conglomerado que la separaban del salón, y también recordé que mis compañeros eran un poco raros y uno de ellos solo comía por entonces pavo y proteinas porque era culturista y estaba obsesionado con perder la delgada capa de grasa que recubría sus músculos, obsesionado porque se marcaran sus venas, debido a que tenía una competición el fin de semana, una competición en la que siempre perdía de tres a cuatro kilos porque, a pesar de que no lo parece en absoluto, el culturismo es un deporte que exige mucho cuando se practica de forma casi profesional, según me decía, y recordé levantarme en la estrecha cama en la que dormía, recordé con perfecta claridad haber pensado: ¿pero yo qué coño estoy haciendo aquí?, sin saber realmente que lo que estaba haciendo es lo que se hace siempre, vivir y dejar que las cosas te sucedan, conocer gente, estudiar materias que por entonces tampoco me parecían muy difíciles, quedar con alguno de los nuevos amigos para tomar unas cañas y descubrir poco a poco que la vida que pensabas que no era para ti, que la vida de abandono que te asaltaba todas las mañanas, se había convertido en otra cosa, en otra cosa mejor que no dejó de mejorar durante los siguientes años hasta que se produjo una rotura, un rasgado, pero esa es otra historia y, como iba diciendo, esa sensación de aplastamiento por la soledad se me quedó anudada en el estómago casi todo el paseo, sin saber muy bien de dónde había salido, a pesar del río de coches, de las luces verdes de los taxis, del minúsculo río de mi ciudad al fondo, separando la parte antigua de la parte moderna, de los restaurantes con decorador de interiores, de los bares con caracoles y oreja, de los jóvenes alternativos, de las mujeres mayores que paseaban sin prisa, haciéndose compañía, tal vez sabiendo que, sea lo que sea lo que hagamos en la vida es mejor tener con quién compartirlo, y entonces miré al cielo y vi el azul brillante, luminoso, con la capa de suciedad que cubre la ciudad como un hongo atómico y pensé que no sabía por qué había recordado aquella sensación en concreto pero que tampoco tenía demasiada importancia. Como casi todo lo demás.

3 comentarios:

Portarosa dijo...

Maravilloso. Precioso. Y no sólo en la forma.

(Lo que es hablar de uno, ¿eh?)

Un abrazo.

La independiente dijo...

Gracias Porto,
Igual algo exagerado en el halago, ¿no? ;-)

Abrazo,
X.

Portarosa dijo...

Es que había bebido, perdona...

¡Que no, coño, que está muy bien!

Un abrazo.