Solo quiero contar un paseo (esta vez sin yonquis ni mendigos, yonquis evidentes quiero decir, porque estoy seguro de que más de uno de los que me crucé por la calle esperan el momento de llegar a su casa y poder atiborrarse de tranquilizantes o de cocaína o de whisky o de cualquier otra sustancia que los humanos utilicemos para perder la conciencia) en el que caminé un día frío como la muerte (y por qué será fría la muerte cuando el infierno es un lugar abrasador, el lugar al que está destinada la inmensa mayoría de la Humanidad si nos atenemos a la letra de las normas católicas [aunque tal vez la confesión sea la contabilidad creativa de la cuenta de resultados de la Iglesia, quién sabe]) y las nubes estaban tan bajas que todos parecíamos sietecuatrosietes cruzando el cielo pero sin luces de posición ni complicados bailes en el aire a diferentes alturas: el mundo es el núcleo de un átomo y los aviones los electrones moviéndose a diferentes alturas, con diferente carga energética, pensé. Y pensé en las sondas que hemos enviado al espacio y en si seguirán circulando por ahí dentro de un millón de años o de diez, cuando ya ninguno de nosotros se cuente entre los vivos, cuando no seamos nada más que polvo de estrellas (qué expresión odiosa y cursi a la que sólo salva el maravilloso disco de Bowie). Y pensé también, mientras la niebla fría se me metía en los huesos, en el amor (ya sé, ya sé que esta imagen no es adecuada porque ya digo que la muerte es el frío, porque fríos se quedan los cadáveres, y el amor siempre es caluroso pero yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa de que mi cabeza funcione de esa manera, tal deba comenzar inmediatamente una cura psiquiátrica que ponga las cosas en su sitio, que me sitúe de nuevo en el mundo como a una persona normal, una persona con los sentimientos en su sitio y con la vida en su sitio y con todo en su sitio, pero qué quieren que les diga, qué quieren que les diga) y, claro, no llegué a ninguna conclusión. Seguí caminando y entonces vi a alguien que parecía dormir en la calle (ya sé también que les he dicho que no aparecerían mendigos pero es que me interesan mucho, me interesan porque constituyen el símbolo de lo que podemos llegar a ser si no controlamos a la bestia que lucha por salir y anegarlo todo, de sangre, de mierda o de lo que sea) pero tenía un traje puesto y un maletín y un cartel que decía: "soy un ejecutivo en paro por la crisis y me ofrezco a cualquier cosa con tal de recuperar el móvil de empresa" y entonces me vino a la cabeza un cabrón en particular al que tengo mucho odio y que espero sinceramente que se muera entre estertores y luego pensé que el odio y el amor se parecen mucho porque ambos consumen nuestra voluntad y pensé que era mucho mejor la indiferencia porque el que odia ocupa su energía y su tiempo en algo inútil y aún así seguí deseándole los estertores al muy cabrón. Pero como el ejecutivo en paro no tenía nada que ver con el hijoputa en el que estaba pensando, me acequé y el tipo me dijo que aquello no era verdad, que él era un artista conceptual y que su obra era una reflexión sobre el miedo y que Marx tenía razón con aquello de que un fantasma recorría Europa pero que el fantasma no era la revolución ni hostias sino el miedo que los que mandan tratan de inocular en la gente (acabo de leer esta frase y, a pesar de que no la he puesto en mi boca, en mis manos, me ha quedado un poco demodé, no sé, como los pantalones de campana y las pellizas y las trencas y el amor libre y el prohibido prohibir y todas aquellas cosas raras que hacían los padres de nuestros amigos europeos, no los nuestros, porque los nuestros escuchaban a Juanito Valderrama cantar "El emigrante"). Entonces miré al artista conceptual y le hice varias fotos con el teléfono móvil y le dije que iba a crear un blog para que la gente pudiera observar en directo como pasaba frío durmiendo por la noche y pudiera hacer comentarios de lo que le parecía la iniciativa y en ese momento el artista me miró con interés y me dijo que yo sí que sabía de que iba la vaina, que yo si entendía lo que era el arte. Y yo le dije que pretendía ganar dinero con ello y el me dijo: lo ves, como sabes perfectamente de qué va esto del arte...
Y como lo sé (eso me dijo el artista, no me miren así) acabo esta locura citando mi soneto preferido de todos los tiempos que pertenecía a un señor con una cara de mala leche que no veas y que se llamaba Góngora:
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Ya ven a dónde me ha llevado ponerme a escribir sin dirección ni propósito. ¿Alguien sabe de un psiquiatra de confianza?
4 comentarios:
Pues creo que no te hace falta. Estás dentro de la normalidad en un pueblo grande,loco, con mucho frío...
Saludos
Las espirales de este texto enganchan, desde las personas emitiendo señales como aviones en la niebla que se hunde hasta el asfalto, pasando por el artista callejero que sólo remueve la conciencia de quien previamente la tiene hasta acabar en un poema.
Sigue poeta, sigue loco, sigue yonki de la escritura y la filosofía. No quieras curarte de eso.
besote
Entre el laberinto de la crisis, el arte en sí y el arte de vivir, Góngora, tus mendigos etc... me encuentro algo que me suena, desde luego no está a propósito, pero ahí está. Colocas la palabra indiferencia demasiado cerca del amor, y como cuerdo que aún estás hablas de éste en mitad de la marabunta de ideas, y lo asimilas al odio, y aún más certero lo calificas de pérdida de la voluntad, y recuerdo entonces que en la película Indochina se dice algo así como que en las relaciones entre dos lo más razonable no es que te una el amor, sino la indiferencia...
¿Ves? No eres el único que necesita un psiquiatra, por suerte aún no somos tan prácticos, y seguirás escribiendo de manera desordenada, una manera que engancha, y los demás seguiremos amando y odiando sin que la indiferencia nos invada.
Besos, y si de algo sirve mi opinión, no cambies el estilo, es muy personal y eso no se finge ni se aprende en ninguna universidad ;-)
Ay, tus paréntesis...
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