(Para Nano)
He visto hoy un retrato de Baudelaire en un suplemento cultural. Parece un contable el hombre, con esas ojeras marcadas y la frente despejada, con la corbata de lazo en el cuello y ese gesto serio, adusto. Un perfecto oficinista. También lo fue Kafka, a quién descubrí en su etapa de jefe entregado a una correduría de seguros en su museo de Praga. ¿Por qué tendremos esa imagen suya de escritor torturado? Un hombre de ciudad perfectamente adaptado a su entorno pequeñoburgués, ese es Baudelaire. Más tarde he leído que fue el primero de los modernos, el hombre que lo cambió todo, el primero de los nuestros. Vale. He pensado entonces que la imagen que proyectamos está normalmente tan alejada de lo que realmente somos que solo aquellos que no tienen más que ofrecer aparecen realmente en las fotos. Victoria Beckham y Baudelaire. He buscado en Google, interesado por saber cuántas entradas aparecen de cada uno. Resultado: 90.300.000 y 26.800.000: sí, la Beckham supera al primero de nosotros en 65 millones de entradas. La gente prefiere la verdad sin envés, lo evidente, la imagen, la representación. Me ha parecido importante sin saber exactamente por qué, toda esa gente pendiente de la imagen que proyectan las estrellas sabiendo que no hay más, sabiendo que si rascaran la superficie lo que encontrarían sería aún más superficie. He mirado por la ventana y he visto a la vecina. He de reconocer que esa chica me gusta. He vuelto al artículo y no sé, Baudelaire parecía un desgraciado, esa es la verdad. Tal vez la felicidad estribe en la frivolidad y la estupidez. No sé qué pensar. Releo este texto y me parece un texto de Fernández Mallo. Espero que él no tenga una viuda que vele por sus derechos. De ser así, tendría que retirar este texto del blog y no me apetece. Sobre todo, teniendo en cuenta que la Beckham tiene muchos abogados.
Me da igual, si quieren guerra, aquí me encontrarán.
Leyendo.
1 comentario:
Gracias Javi. Un texto pertinente.
Lo que hacemos es lo que importa, aunque ¿a quién diablos le importa? A no ser que lo que hagamos, el resultado de lo hecho, tenga significado incluso más allá de las escasas personas que, por azar, son las que nos quieren lo suficiente para que les importemos.
Leyendo y escribiendo, pero sobre todo leyendo. La primera vez que me detuvieron no se molestaron en ir por mí a mi casa. Sabían que echaba la mañana entera en una biblioteca y allí fueron. Ellos sí que nos conocían y se interesaban.
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