La red de la empresa desaparece, se esfuma y todos los teléfonos emiten un crujidito, como si fueran animales que se quejan. Uno, y más tarde otro a su izquierda, y luego el que está un poco más atrás en otra fila de mesas iguales, hacen puc, puc, reiniciándose todos en una coreografía acústica y geométrica. Y nadie puede advertirlo porque todo el mundo está fuera y ese sonido cae blandamente al suelo como si el calor le impidiera pasar de una mesa a otra.
Y en el exterior existen doce cubos azules, pretendidamente perfectos, revestidos de planchas de cristal que parecen espejos. Pero debido a las minúsculas variaciones de ángulo en el montaje de las planchas, cuando miras en ellos el reflejo de los edificios de los alrededores, todos parecen estar rotos, como si hubieran sido construidos por Frank Gehry.
Y las caras de los niños que decoran las mesas de trabajo de sus padres sonríen a la cámara sin sospechar que lo que creían los indios era cierto, que las fotos te roban el alma, que detienen el tiempo y lo congelan y cuando esos niños hayan pasado por el mundo y ya no existan, muchos años después de que yo sea polvo (mas polvo enamorado… que diría aquel) seguirán mirándonos sonrientes y despreocupados.
Y muy arriba en el cielo, en la estratofera, esa capa de la atmósfera que empieza justo a 15 kilómetros de la superficie (ni uno más ni menos, ¡qué ridiculez!) algunas nubes con forma de hebras de lana se deshilachan. Y los coches parecen balas de plata sobre el asfalto, derretido y gris.
2 comentarios:
Y esto es muy bueno, Xavie...
Gracias lui lu,
Bienvenida. Si viene de la cama sin hacer, seguro que es usted de fiar (o no, quién sabe). :-D
Considere esta tu casa.
Rythmduel,
Gracias, una vez máz.
Saludo y abrazo,
X.
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