Hay un sitio medio secreto en mi barrio al que me gusta ir a
deshoras, el Jardín del Principe de Anglona, un jardín que perteneció al
palacete anexo —una de las pocas muestras que han llegado hasta
nuestros días del modo de vida de la nobleza de la corte madrileña de finales
del siglo XVIII, dice el cartel explicativo— y que aunque está en la Plaza
de la Paja, da la impresión de no estar abierto al público. También hay un
palacete, ahora convertido en varios pisos, en la Plaza de los Carros que
aparece en Fortunata y Jacinta de
Galdós, en el que vive el amigo de Fortunata, ese que la tiene protegida y le
enseña cosas prácticas de la vida. Y una iglesia, la de San Andrés, a la que
llegaban no sé qué nobles a través de un voladizo sobre la calle, cubierto para
que la chusma no pudiera verlos. Y otra iglesia (será por iglesias), la de San
Pedro el Viejo que conserva partes del siglo XV y que tiene una torre
rectangular que recuerda a las torres civiles de Florencia. Hay piedras que ya
estaban ahí en el siglo XVII y edificios que llevan dos siglos alojando
familias burguesas.
El paisaje que vemos a diario, aunque no lo observemos, se
filtra en nuestras conciencias como una lluvia fina, como el aire dentro de una
muñeca rusa, que tiene dentro otra muñeca rusa, y otra más. Es importante ese
paisaje, que baña constantemente nuestra visión inconsciente y periférica,
aunque creamos que no lo es, aunque estemos dispuestos a mudarnos a un barrio
más cómodo para que los niños así puedan jugar en los jardines que hay justo al
lado del edificio funcional y moderno, con calificación energética A+ o como se
diga, con piscina para el verano y garaje para el coche. Aunque llegue un
momento en el que la incomodidad de subir una y otra vez las escaleras y de
soportar las aglomeraciones se nos haga cuesta arriba. Es importante, repito,
ese paisaje.
Tanto como para haber subido un millón de escalones (acabo
de hacer un cálculo aproximado) en el tiempo que llevo viviendo en mi casa.
Tanto como para desear que mis hijos crezcan en mi barrio, a pesar de la
incomodidad, a pesar de las posibles urbanizaciones con piscina con jardines
privados, a pesar del ruido, de los coches, de la falta de aparcamiento, de la
insoportable navidad y del calor atorrante de julio.
Me gusta vivir aquí, qué le voy a hacer.
1 comentario:
Es que es un barrio precioso.
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