miércoles, diciembre 26, 2007

Transformaciones

Huir, correr, hacia delante, sin sosiego ni calma, tan sólo para desembarazarnos de nosotros mismos, de la imagen que todos los demas tienen de ti, marcharse a ser otro. Hacer las maletas, coger el dinero y largarse a inventarse una vida. No tener que jugar el papel que los demás esperan que hagamos, no tener que hablar o contar ese chiste, no tener que hacer el comentario que todos esperan, no tener que ser quien siempre eres, al que todos conocen desde hace tanto tiempo, al que quieren a pesar de sus defectos. Es decir, transformarse en otra cosa.
Y la vez, quedarse, quedarse para siempre, volver, echar raíces, comprar una casa, dejarse invadir por la dulce rutina de lo familiar, venir a envejecer definitivamente en las mismas calles en las que te criaste y jugar para siempre a reconocerse en los demás, a conocerlos a ellos como ellos lo hacen contigo, a sentirse querido, a asistir a las mismas conversaciones, a dejarse arropar por la familia. A convertirse definitivamente en alguien parecido a tus vecinos. Es decir, transformarse en otra cosa.

sábado, diciembre 22, 2007

Naranjas

Como todo el mundo sabe, el invierno es una de las cuatro estaciones de las zonas templadas y se caracteriza por días más cortos, noches más largas y temperaturas más bajas. Aquí en el hemisferio norte, astronómicamente, comienza con el solsticio de invierno alrededor del 21 de diciembre y termina con el equinoccio de primavera, el 21 de marzo. Objetivamente, estamos en invierno.
También sabemos que el invierno ha sido tradicionalmente la encarnación de la muerte. Los árboles pelados en el paisaje nevado han sido la metáfora perfecta del fin del ciclo de la vida, que se renueva en primavera. La nieve en el cabello, la muerte helada, la falta de vida, siempre se han relacionado con las bajas temperaturas. Es difícil morir de calor pero es muy fácil hacerlo cuando la temperatura está a cero grados, la muerte más dulce, dicen.
Pero en realidad, el invierno también es la estación de los naranjos lustrosos y cargados de fruta. Y me alegra que el invierno de mi ciudad tenga dentro la futura primavera. Tan a la vista.

viernes, diciembre 21, 2007

Feliz Navidad

El día de Nochebuena se había levantado cargado de electricidad, como ocurre justo antes de una tormenta tropical, en lugar de frío y nebuloso. Eso no impidió que fuéramos a trabajar exactamente igual que cualquier otro día del año. Cuando llegamos al trabajo, las puertas estaban cerradas y el guardia de seguridad no estaba en su garita. Volví la cabeza para comentar el caso con el compañero que me solía llevar en su coche, pero no pude ver dónde había ido. En lugar de ventisca o de rachas de viento helado, un pequeño tornado preñado de papeles giraba en el aparcamiento. Cuando intenté abrir la puerta del edificio de mi oficina, no lo conseguí. Como mi compañero seguía sin aparecer, me encaminé hacia el metro pensando que ya que la dirección se había decidido a concedernos el 24 de diciembre libre, deberían haber tenido el detalle de comunicarnoslo. El tornado había pasado por la parada de metro y había sembrado la escalera de desperdicios. Al entrar en la estación comprobé que mi pase no funcionaba pero no había nadie en la taquilla que pudiera solucionar el problema así que me colé saltando el torno de entrada. Sigo aquí esperando el tren.



Feliz Navidad a todos.

lunes, diciembre 17, 2007

Don

Durante cuatro años tuve un don. Fui capaz de predecir con absoluta precisión el valor que alcanzarían las acciones y me hice rico, claro. Los colegas de la firma de inversiones pensaban que tenía buena mano con las previsiones pero nunca supieron realmente hasta dónde llegaba mi facultad de anticipación. Yo sí. Durante cuatro años no fallé ni una sola vez.
Después de un año, me establecí por mi cuenta y dos clientes importantes, con activos por valor de cincuenta millones, se vinieron conmigo. Ese fue el principio de todo. Alquilé una oficina con mil metros cuadrados en la zona de negocios más importante de la ciudad, contraté a los mejores de mi anterior empresa y comencé una campaña de publicidad a medida. En fin, lo habitual en estos temas, un poco de suerte, un poco de decisión y el dinero comenzó a entrar en la empresa. Esa siempre es la etapa más divertida de cualquier negocio: cuando el dinero comienza a llegar. Cualquiera que haya creado una empresa lo sabe.
Incluso cuando la ola de atentados en mi ciudad hizo caer las acciones un 30%, yo supe cubrirme con permutas de valores y negociaciones de bonos. Y no perdí ni un euro en los tres meses siguientes de agitación bursátil y de nerviosismo. Ni un euro. Supongo que no está bien alegrarse cuando mueren cientos de personas inocentes y yo no lo hago, pero a partir de ese día los clientes empezaron a hacer cola ante mi puerta. Personas por cuya cartera hubiera sido capaz de todo insistían en verme y en contratarme para mover su dinero. Así que yo sólo me limité a aprovecharme de la situación, no creo que se me pueda reprochar nada. Justo después de aquellos meses, mi empresa comenzó su expansión. Abrí sucursales en tres ciudades más, siempre en las zonas más cotizadas, amplié el tipo de operaciones que realizábamos y comencé a trabajar en fusiones y adquisiciones, donde está el dinero de verdad en este negocio.
Nunca le dije a nadie cómo era capaz de afinar tanto, ese era mi secreto. La verdad es que, por inverosímil que parezca, soñaba con cotizaciones. Se me aparecían en sueños y por la mañana, durante los cinco primeros minutos de vigilia, era capaz de recodarlas. Después de un par de meses, también advertí que si me concentraba en determinadas operaciones a la hora de dormir, por la mañana siempre sabía qué hacer al respecto.
De vez en cuando, sin embargo, no soñaba con valores, ventas y compras. A veces soñaba con otras cosas que iban a suceder que no tenían nada que ver con el dinero. Como cuando soñé con aquellos cientos de personas muertas y los trenes destripados por las bombas dos días antes de que sucediera, pero todas aquellas escenas no me interesaban demasiado. No quería parecerme a Casandra, condenada a ver el futuro y a que nadie la creyera.
Nunca me planteé por qué me ocurría aquello, simplemente le saqué partido. Ahora el don ha cesado pero me da igual. Ya tengo suficiente dinero para vivir tranquilo el resto de mi vida.

viernes, diciembre 14, 2007

Escribe

Escribe, escribe, ahora, rápido, ya. Escribe sobre algo, sobre lo que sea, es igual, pero hazlo porque hay que mantener la disciplina. Escribe sobre los andamios de bambú de cientos de metros de alto en los que se afanan miles de obreros en la construcción de los nuevos rascacielos chinos; escribe una historia en la que alguien se convierta en una hoja mecida por el viento, una hoja que suba hasta la planta vigésima de una de esas nuevas torres de Shangai y que pudiera ver a través de la ventana como el frigorífico de una casa se abre solo, cubriendo la cocina de una luz fantasmagórica y como el inquilino contrata un exorcismo tradicional, con quema de incienso e invocaciones, cuando hubiera sido mucho mejor contratar a un técnico que arreglara la bisagra de ese aparato alemán tan caro; escribe sobre los canales de comunicación que se abren a diario entre nosotros, los reales y los imaginarios y sobre la inutilidad de que el frigorífico díscolo se conecte a Internet para encargar directamente la compra, y que además pretenda hacerla en un supermercado de Berlín; escribe sobre la textura de aquel bambú, de sus astillas que se clavan en los pies desnudos de los obreros, pues es mucho más seguro aferrarse al andamio con los pies que pisarlo con botas de trabajo; escribe sobre el azul del cielo, ese color que depende de la composición química de la atmósfera e imagina aquella hoja bailando absorta sobre las corrientes de aire caliente. Escribe sobre lo que sea.

Y si acaso no eres capaz de imaginar una historia de verdad, escribe sobre el propio acto de escribir. Ese onanismo inane.

martes, diciembre 11, 2007

Huesos

Al señor de Portorosa

Qué momento el de asistir en un cementerio a la retirada de restos de una tumba por parte de un obrero demasiado acostumbrado a hacer eso con una cara falsa de tristeza, pues a fin de cuentas no son más que restos blanquecinos que antes pertenecieron a una persona, pero que en realidad parecen trozos de piedra caliza, la familia que siente entonces un pellizco en el estómago porque reconoce entre los huesos desordenados la hebilla del cinturón que el muerto llevaba en el día de su entierro, los restos rasgados del pañuelo de seda, apenas unas hebras, con el que ella quiso descansar porque aún conservaba un rastro de aroma a rosas secas y le recordaba la gran historia de amor de su vida, o un broche de amatista que hizo el camino de ida a América años antes y que acabó volviendo después de que la vida en Cuba se volviera miserable y la emigrante regresara a su pueblo a construirse una casa humilde con los ahorros de toda una vida, en lugar de la gran casa del indiano en la que pensaba vivir cuando partió un día nublado, como lo son todos en Galicia, hacia Cuba hace ya cincuenta años. Y entonces alguien siempre dice no somos nada y fíjate en lo que quedamos cuando pasa el tiempo y humo y ceniza y el tiempo lo cubre todo con su manto de olvido y el poeta de la familia se pone lírico al decir que siempre que exista una persona que nos recuerde no habremos muerto del todo aunque el poeta sepa que cuando mueres, mueres sin remisión y que eso es precisamente lo que hace posible la poesía, que esos huesos con ese aspecto seco, como si nunca hubieran conocido la humedad de la atmósfera, estaban unidos, fijados y trenzados por los músculos y los tendones a un cuerpo, tenían riego sanguíneo y nervios en su interior y estaban tan vivos como el corazón que bombeaba sangre dentro su armazón de costillas, tan vivos como tú, tan vivos como yo y que todo eso terminará algún día y que lo que nos aproxima al abismo y la nada, lo que nos acerca a la línea de sombra que marca el sentido último de la poesía es justo saber que la vida se acaba y que si no lo hiciera, no seríamos lo que somos, humanos asustados por el vacio del final, que se emocionan ante los buenos versos, pero fíjate como brilla la amatista después de tanto tiempo y algún día te contaré la maravillosa historia de la tata Clara, tu tía caribeña nacida en Muxía.

viernes, diciembre 07, 2007

Paisaje con bar

El vino corre alegre y el jamón ibérico deja su impresión en la garganta. La gente se mueve sin cesar, formando parte de bullicio, creando la impresión de que el bar es una colonia de organismos en la que cada uno cumple con su función. El humo llena el local, la música suena bajita, para no molestar a la conversación, pero como se trata de un bar español todo el mundo grita y se agita y gesticula y bebe y se mira. Los personajes son los habituales, gente con historias interesantes que contar, pero con las mismas heridas y cicatrices detrás de los ojos. Gente sola que utiliza este lugar de reunión como un apoyo, un ansiolítico o un burdel. Porque todos estamos de acuerdo en no fiarnos de la gente que presume de no tener vicios, tan fuertes y poderosos, tan orgullosos de su fuerza de voluntad, tan íntegros y preparados. Todos estamos de acuerdo en que las cicatrices hay que llevarlas con orgullo y que, por el camino, no nos queda otra que entretenernos. Ya lo decía la canción. Y a eso nos aplicamos todas las noches durante un rato. A olvidar y a olvidarnos, a sentirnos parte de algo, aunque ese algo no sea más que un grupo de lisiados que cojean de una pierna o de otra dependiendo del día que tengan.

Hay muchas maneras de vivir en una ciudad: encerrado en casa como el nonato en su útero, con miedo de respirar por primera vez después de nueve meses, protegidos por nuestros libros, nuestra música y nuestra calefacción o bien ganándonos cada día una arruga nueva, un nuevo microsurco, un nuevo recuerdo, dispuestos a vivir a pesar de todo. Los habituales optamos, huelga decirlo, por esto último. Los habituales nos saludamos dándonos dos besos en las mejillas, una costumbre andaluza que, como el aceite de oliva virgen en la tostada, está conquistando terrenos más allá de Despeñaperros, y hablamos de cualquier cosa excepto de política. De vez en cuando, los habituales tenemos expresiones hurañas y, en esas ocasiones, sabemos no molestar. A veces alguno de nosotros se acoda en la barra y se dedica a emborracharse concienzudamente, con oficio, y entonces los demás no decimos nada porque sabemos que poco se puede decir en esas ocasiones. Cierra a las dos de la madrugada. Nosotros solemos irnos antes.

lunes, diciembre 03, 2007

Celo

Puedo frotarme con tu cuerpo o enroscarme a tus pies, puedo maullar y atrapar un pajarillo desvalido que se haya caído del nido sin esfuerzo. No conozco la piedad ni la compasión porque soy un depredador. Me muevo con la elástica belleza de los felinos, siempre dispuestos a saltar y caer con elegancia. Soy un gato, el amigo de los solitarios, la mascota que desprecia a sus dueños, el guía de las almas que erran perdidas entre calles asfaltadas. Soy el amo de la ciudad y cuando los humanos desaparezcan seré la única especie doméstica preparada para sobrevivir en la naturaleza, aunque no tendré necesidad de hacerlo hasta que todas vuestras gallinas hayan desaparecido en nuestros estómagos.

En esta época, sin embargo, me canso de moverme de un sitio a otro, oculto por la oscuridad, marcando mi territorio con orines apestosos, me canso de buscar y se me ocurre que me gustaría ser uno de esos peces que de vez en cuando engullo y que se mueven debajo del agua, veloces y plateados. O bien un rosal, que espera con valor la helada, sin moverse del sitio; o una roca, que contempla cómo pasa la vida año tras año sin apenas cambios. En esta época, arqueo el lomo, bufo, saco las garras, cierro las pupilas, muerdo y salto. Busco a las hembras sin descanso, olfateo y sigo sus rastros. Las busco. Pero preferiría no hacerlo.

No entiendo como soportáis los humanos estar siempre en época de celo.