La chica hablaba de sus planes de futuro, atropellada, como
si las ideas se amontonaran contra el cielo de la boca y salieran de cualquier
manera en cuanto la abría. Él sabía que era efecto de las drogas, pero suponía que para ella no sería más que su forma normal de hablar. Su forma normal de
pasar las noches. Un discurso a ratos fragmentado, a ratos coherente, ráfagas
de lucidez mezcladas con idioteces y obviedades.
Pensaba para sí que la gente que vive al límite —la gente
que si la legalidad fuera la línea que dibuja un electrocardiograma, a veces
serían el infarto y a veces solo la arritmia— tenía algo duro y brillante
dentro, algo esencial, que siempre le había llamado mucho la atención. Era la
desesperación del que no tiene nada que perder, pero no. La valentía del
inconsciente, pero tampoco. El aura trágica, tal vez.
Había que estar atento a la atmósfera de los sitios como
aquel. Lugares en los que lo inesperado podía hacer su aparición en cualquier
momento, un coche de policía parado en la puerta, una pelea, una conversación destacando
entre las demás como un trozo de botella de Cocacola suavizado y brillante
entre la arena de la playa, una felación en el cuarto de baño, el próximo
golpe. Cualquier cosa. Y nada de lo que podía
ocurrir era precisamente aleccionador. En sitios así siempre hay cierta tensión
en el ambiente, como el recuerdo de un acorde muy grave de bajo. Algo latente y
poderoso.
No son como nosotros, le decía a su amigo, por mucho que
hables con ellos, por mucho que te cuenten anécdotas. Nosotros no tenemos
abogado. ¿Para qué queremos un abogado? Pero ellos sí. Nosotros nos lo haríamos
encima si la policía aporreara nuestro local a las dos de la mañana, pero ellos
no. Ellos presumen de no haber hecho caso, de haberlos dejado allí a la
intemperie intentando hacerse oír y molestando a los vecinos. Presumen de
haberles callado la boca con los papeles del local y haberles dicho después
ahora qué, ahora me vas a tener que pedir disculpas, madero, ¿no te parece?
Dignos de cierto tipo de admiración, pero solo hasta cierto
punto, porque esto que hacemos tú y yo, esto que hacemos de observar lo que
pasa en este local, de observar a la gente que habla en la barra con desapego,
ellos no pueden hacerlo. Entiéndeme,
no es que considere que somos mejores
que ellos, ni mucho menos. Simplemente, no han vivido nunca fuera de su mundo
de escualos.
A veces dan miedo y, a veces, pena. Pero siempre son fuente de buenas historias si tienes buen oído.
4 comentarios:
Te leemos desde el km 253 de la A-5, con la
voz algo afectada por lecturas anteriores ;) David dice: "pues me ha gustado". "A mi también", digo yo. Los dos decimos que vuelvas a las letras, que tu barba ya está repoblada.
Muy bueno me ha gustado da que pensar, no dejes de escribir los demás tenemos la necesidad de leerte.
Pues yo no lo he entendido bien. Lo siento...
Volviendo de Cádiz, nosotros. En Cáceres.
Pero escribe. Un abrazo.
Hola,
No hay mucho que entender, es más bien un ambiente y poco más. Intentaré seguir escribiendo, claro.
Pero como decía en FB, yo no he dejado la escritura, ha sido ella la que me ha dejado a mí (ay, la falta de tiempo...)
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