Me he levantado raro. Lo primero que me ha venido a la
memoria, (y no tengo ni idea de por qué, creo que tal vez estuviera soñando con
él), es un antiguo conocido, de hace tres vidas, con el que trabajé hace mucho
tiempo. Un gilipollas integral, machista, conservador y provinciano, que tenía
un par de serpientes de buen tamaño a las que alimentaba con ratones vivos. Si
ibas a su casa, y yo fui un par de veces (con veintitantos somos mucho más
tolerantes con la estupidez), le encantaba enseñarte cómo la serpiente miraba
fijamente al pobre ratón (tenía que estar vivo, los bichos eran delicados), que
temblaba de miedo, justo antes de ser engullido. Un cortocircuito en el tapiz
del universo. Vete a saber.
Más tarde, el ir incorporándome a la vigilia se ha teñido de
ese tipo de reflexión apenas consciente en el que evaluamos quiénes somos y nos
permitimos durante un instante reflexionar sobre quiénes habríamos podido ser. En
el que pensamos a qué nos dedicamos, qué hacemos de bueno. Un leve momento,
nada en lo que haya profundizado ahora que ya he entendido que se trata de un
curso ciego de pensamiento.
A veces, el impulso de escribir es más fuerte cuanto más
difícil de aprehender es la sensación que pretendes transmitir.
Ahora estoy completamente despierto. Estoy seguro de que las
serpientes murieron hace mucho. Aunque hasta entonces devoraron cientos de ratones.
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