Hoy he estado en un encuentro de la dirección de mi empresa.
En primer lugar, una mujer con un cargo muy importante nos ha explicado la
realidad desde su atalaya. Más tarde, el director de mi área, ha aterrizado esa
realidad a su perspectiva. Por último, algunos compañeros nos han contado
ciertos proyectos que inciden directamente en el día a día. Apasionante.
Esto no tiene ninguna importancia, claro. Las cosas concretas que dicen: tenemos que crecer en ingresos,
hay que seguir apostando por los nuevos servicios. Todos dicen algo parecido y
de forma similar. Todos han estudiado en los mismos colegios, en las mismas
universidades, han leído los mismos libros. Todos los mensajes se reducen a uno
solo, aplicable por igual a todas las empresas: tenemos que seguir creciendo a
toda costa. Es vital para vosotros. Interiorizadlo, reflexionad sobre ello, si
nosotros no lo hacemos, lo hará la competencia. A toda costa.
La previsibilidad de estos encuentros es abrumadora. Antes
me entretenía en ellos escribiendo cuentos. Ahora ya no. Los cuentos han dejado
de interesarme. Tal vez la ficción haya dejado de interesarme. No lo tengo muy
claro. No importa mucho.
Ahora pienso en otras cosas. Reflexiono sobre cómo la
estrategia de una empresa fluye hacia abajo. Analizo algunos comportamientos. Veo
el egoísmo que se filtra en los discursos de los directivos, veo que no hay
nadie, nadie, (excepto cuatro idiotas) que prefiera estar aquí en lugar de en su
casa con la familia, observo como el trabajo ha ido desencarnándose de tal
manera que cada vez es más difícil explicarlo (prueben a contar a sus hijos
pequeños cómo se ganan la vida, ¿lo entienden? fenomenal, todavía hacen ustedes
algo de verdad), cómo la responsabilidad se ha diluido (nadie es responsable de
nada, piensen en el coche autónomo que ha matado a un peatón: ¿de quién cojones
es la culpa?, es imposible saberlo, no se pueden pedir explicaciones al
algoritmo).
Sueño con que llegue un día en que alguno de los ponentes
salga y diga a voz en grito:
Sopla recio
a mi espalda,
viento
oscuro y tenaz del desarraigo,
confúndeme
los pasos y sitúa mi norte
donde no halle el amparo de esta mansa morada.
[...]
Por ejemplo.
O: ¿de verdad os pensáis importantes, ridículos
fantoches?
O que salga con una guitarra eléctrica, drogado hasta las
cejas, y le prenda fuego en directo.
O que llame al Papa.
O que llame al Papa.
Yo qué sé. Algo de vida. Algo de verdad.
2 comentarios:
Bravo, Xavie, ¡bravísimo!
(Vivo con tu misma inquietud y a veces me da auténtico pavor reincorporarme al mundo empresarial viendo lo que veo.)
Yo en ese tipo de reuniones siempre fantaseo en cagar sobre la mesa.
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