El ruido del mundo, la cacofonía incesante de estos tiempos,
sin jerarquías (los reportajes de New Yorker o las noticias de The Guardian
ocupan el mismo nivel que el último injerto de culo de la actriz de moda) será
el gran problema de nuestros hijos. Cómo conseguir que los jóvenes tengan el
suficiente criterio para discriminar lo que merece la pena ser leído o visto de
lo que no, de lo que no es más que basura de las reflexiones medianamente
interesantes que pueden configurar un opinión con criterio sobre el mundo. Esa
será la cuestión.
O al menos, será mi cuestión. Cómo garantizar la procedencia,
no ya de los hechos, sino de la reflexión sobre ellos. Cómo conseguir que los
jóvenes puedan sustraerse al sentimentalismo idiota que lo domina todo (todos
esos gatos haciendo monerías) y piensen por sí mismos sobre el mundo. Un pensar
que necesita existir en un contexto que cada vez más se hace más difícil de conseguir,
con todas esas versiones contradictorias sobre todo. Hasta sobre los mismos
hechos. Hechos alternativos los llaman ahora. Como si los hechos no fueran comprobables.
Yo no digo qué hay que pensar ni opinar sobre las cosas. Tengo
mis ideas (faltaría más) y tengo el derecho de educar a mis hijos según mis
creencias, pero he pensado mucho en por qué las tengo, he escarbado la
superficie de las cosas hasta roer el hueso, he intentado tener una visión global
(por supuesto, como todas, llena de contradicciones). Y ese es un
esfuerzo inevitable si queremos tener la sensación de entender algo. Que no es
mucho, que no vale para casi nada, pero reconforta.
Entender algo. A grandes rasgos, al menos. Ser capaz de valorar
la importancia del azar, la naturaleza (tal vez) fractal del universo. Comprender
que las emociones humanas siguen siendo básicamente las mismas que en la época
de Montaigne (háganse un favor y lean sus Ensayos), que lo que tenemos en común
como especie (la conciencia de la mortalidad, resumiendo mucho) es lo que enfrentamos
cuando nos dejamos invadir por una obra de arte, (la línea de sombra de lo inefable
resaltada en colores chillones). Entender que, como humanos, no somos solo
orgánicos, sino también culturales. Que lo que ha hecho posible abrir un grifo
y que salga agua caliente (se nos olvida lo fascinante que es algo así) ha sido
mantener la memoria del conocimiento, el recuerdo de la reflexión.
Pero solo hasta cierto punto. Solo hasta el momento en que abandonamos
el estudio porque la complejidad del proceso en sí nos lleva a implicarnos tan
profundamente en entenderlo que deja de merecer la pena, pues por el camino perdemos
de vista el todo, el sistema completo. Piensen si no en todos esos ingenieros que
están modelando hoy el mundo del porvenir y que tienen ideas como, por ejemplo,
inventar un preparado alimenticio para no tener que parar a comer.
Este difícil equilibrio, este criterio, es lo que me
gustaría transmitir a mis hijos. Y luego, si quieren, que sigan viendo vídeos
estúpidos en Youtube.
Pero que al menos sepan que son estúpidos, coño.
1 comentario:
¡Oh, estupendo! Estupendo.
Ay, no sé si seremos/serán capaces. ¿Faltan ganas de pensar?
Abrazos.
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