Mira la carretera sentado a la puerta de un bar, como casi siempre. Fija su vista en el mar de trigo del otro lado. Ahora, a principios de verano, sólo quedan los tallos, que servirán para alimentar al ganado. Balas de paja, regularmente depositadas en la tierra.
Sólo se oye, a lo lejos, el rumor sordo de los camiones que bajan por la carretera principal, a un par de kilómetros.
Todo empieza en otoño con la siembra. Él lo sabe bien. La tierra es roja y las sembradoras la rastrillan depositando los granos. Luego, poco a poco se cubre de verde. Ese es el color del campo en invierno en el pueblo. Aquí no aprieta de verdad el frío. Los tallos crecen y maduran y se vuelven amarillos. Él mira madurar las espigas desde esta silla desde hace ya tiempo. Le gusta hacerlo.
Hace un mes, las cosechadoras amarillas, después de todo el invierno en reposo, delineaban el terreno. Es un bonito espectáculo verlas moviéndose hacia arriba y hacia abajo. El grano tarda meses en estar listo para ese momento pero las máquinas van a lo suyo. Supone que es normal, las máquinas son máquinas.
Desde su silla tiene una buena perspectiva. Le gusta estar ahí sentado y mirar el mar de trigo. Lo hace todos los años desde que volvió al pueblo. Estar sentado y mirar el campo.
Lo echaba mucho de menos en la ciudad.
3 comentarios:
Escribes muy, muy bien, Xavie.
A mí, a falta de trigo, cuando vuelvo a mi pueblo me gusta observar la silueta del castillo recortada contra el cielo azulazul.
Tu blog me parece muy interesante. Y me acaba de convencer el poemita de Gil de Biedma que en él reposa. Me encanta! Un saludo
Gracias pies,
Bienvenida.
Pasa por aquí cuando quieras.
Un saludo,
Xavie
Pues a mí no me gusta mucho, Xavie.
Siempre te felicito por cómo escribes, ya lo sabes, porque así lo creo. Y hoy también quería ser sincero; creo que te lo mereces.
Un fuerte abrazo.
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